Aquella mañana teníamos que llevar hilos de metal al colegio. Es decir, hilos lo suficientemente gruesos como para moldearlos, cruzarlos y crear formas. “¡Exprésense!” Nos exigió el profesor de plástica. Ya lo creo que me voy a expresar. Para el término de la hora de plástica mis hilos de metal se habían convertido en un muñequito suicida. “Soy yo” rezaba el título.
Mi obra de arte constaba de una horca metalizada, de ella colgaba una supuesta soga. Y enganchado cómodamente en su fría parálisis, un muñequito ahorcado. Era imperturbable, era de metal y estaba muerto. Suicidado. Se había autodeterminado la muerte. Era tan solo un muñequito. Pero su cabeza tenía hilos de metal enrollados como ideas y deseos no llevados a cabo: tantas ideas y tantos deseos que lo habían llevado a la muerte. La irrealización de los sueños o de las metas o de los propósitos te pueden llevar a la irremediable defunción. Es fantásticamente comprobable. Tomen cualquier diario: ¿O piensan que la gente se suicida porque está aburrida? ¡Lo mío era una obra de arte! .Y una ineludible predicción.
Obra de arte que terminó en la basura. Intenté conservarlo, pero mamá lo tiró. Yo lo
hubiera guardado y entregado a Urgencias Mentales, pero quizás sí era más fácil que se
los lleven los muchachos de la basura. Siempre lo más fácil, lo que acarree menos
problemas. Mi muñequito suicida terminó en la basura, pero tantos metales y tantos
sueños no iban a terminar ahí.
ABZURDAH- …